El planeta olvidado I. La liberación

Capítulo I. El Secuestro

Aquella mañana de mayo, Fernando Villanueva dormía tranquilo, sin imaginar que, en algún lugar de la galaxia, unos extraterrestres se habían enfrentado en una batalla. Como casi todos los humanos, él desconocía la existencia de federaciones planetarias, imperios galácticos o guerras interestelares, tan solo descansaba ignorando que, muy pronto, para la civilización humana, sucedería el evento más importante de la historia.

Fernando era un cadete de la Escuela de Oficiales de la Fuerza Aérea del Perú y cursaba su tercer año como aspirante en la Base Las Palmas de Lima. Era un joven alto, de ojos negros y mirada ávida; tenía una sonrisa alegre y despreocupada, como si nada de lo que sucediera a su alrededor fuese importante. Lo que más extrañaba, como él solía decir, era dejar crecer su ondulado cabello negro, el cual había sido cortado al rape cuando ingresó a la Fuerza Aérea.

Mientras dormía, las pupilas de Fernando se movían frenéticas y respiraba con agitación ante un sueño recurrente: piloteaba un vión Mig-29 en el espacio exterior, como si aquello fuera posible. Había salido de la atmósfera terrestre y surcaba la oscuridad mientras veía las estrellas dispersas en aquel lienzo oscuro y sin fin. Observó la luna a lo lejos, en cada sueño siempre intentaba aterrizar en ella, pero cada vez algo sucedía. Dispuesto a lograr su objetivo, Fernando aceleró su avión y, de pronto, un chorro de agua le cayó en la cara y lo hizo levantarse de inmediato.

—¡Despierte cadete! —exclamó una voz enérgica.

Fernando se atragantó y empezó a toser. Le cayó otro chorro de agua.

—¡Despierte, cadete! ¡Despierte! ¿Qué hace usted durmiendo?

Se levantó con rapidez para que no lo volviesen a mojar y se paró frente al oficial García. Se llevó la mano derecha a la sien. Miró por la ventana, el cielo aún estaba oscuro. Al frente, el oficial lo miraba con malicia, parecía querer reír.

—¡¿Usted no tiene práctica aérea hoy?!

—¡Sí, señor!

—¡Entonces!, ¿por qué no está preparado?

Los dos sabían muy bien que a esa hora podía seguir durmiendo. Miró directo a los ojos de García, deseaba golpearlo, mas debía contenerse. Su superior buscaba alguna excusa para bajarlo del avión, y él no le daría ese gusto.

—Sí, señor —las palabras apenas salieron de su boca.

—¡Apúrese! ¡Quiero verlo afuera, ahora! —dijo finalmente el oficial. Se dio media vuelta y salió.

Fernando miró a su alrededor, sus compañeros se habían despertado y lo miraban.

—Jamás te vas a librar de García —le dijo Manuel, quien dormía al lado. Su amigo era flacucho y tenía los pómulos tan salidos que parecía una calavera. Él también tenía práctica aérea, aunque nadie le echó agua para que se preparase—. Anímate, hoy nos toca volar los Mig-29.

Solo en dos oportunidades había piloteado esos aviones. Él estuvo pensando en eso toda la noche antes de quedarse dormido, probablemente por ello soñó de nuevo que viajaba en el espacio. Lo único que disfrutaba de su vida militar era volar. Se sentía libre, imparable. Esa idea lo animó y empezó a cambiarse.

—Tienes razón —contestó, mientras bostezaba.

—Tal vez después de hoy reconsiderarás lo de darte de baja —dijo su amigo, buscando en Fernando algún gesto que confirmase su idea.

—No lo creo —murmuró Fernando mientras se amarraba las botas. Era cierto, le encantaba volar, pero la decisión de dejar la Fuerza Aérea estaba tomada. Tres años atrás, cuando terminó el colegio, pesó más su obsesión por los aviones que su rechazo por la disciplinada vida castrense; se desilusionó, no soportaba estar encerrado, mucho menos respetar a sus superiores; su vida en la FAP no tenía futuro.

—Es una pena… ya verás, te vas a aburrir en la universidad —dijo Manuel, arrastrando las palabras. Su amigo siempre intentaba que cambiara de opinión, pero, cuando Fernando decidía algo, nadie podía persuadirlo.

—¿Qué vas a estudiar? —le preguntó Manuel.

—No tengo idea.

—¿Te imaginas trabajar en una oficina? No es mejor que estar aquí.

—No lo sé… pero tampoco me imagino ser militar para siempre…

Manuel no insistió, habían tenido esa conversación por lo menos diez veces y, en ninguna, escuchó respuestas claras sobre lo que su amigo haría al salir de la FAP.

—Bueno, es hora de prepararme para la práctica —dijo Fernando antes de salir y dirigirse al patio.

Afuera, el oficial García lo hizo estar de pie hasta la hora del desayuno, momento en el que recién pudo descansar y encontrarse con los otros cadetes para la primera comida del día.

Horas después, Fernando se encontraba en la pista de despegue frente al imponente Mig-29. Este era un cazabombardero de gran maniobrabilidad, equipado con misiles, bombas, y un cañón de ciento cincuenta proyectiles. Los pilotos preparaban para el desfile militar de fiestas patrias en el que, año tras año, la Fuerza Aérea exponía sus mejores aviones. Una pequeña escalinata roja lo invitaba a entrar a la cabina. Fernando se colocó el casco y subió, disfrutando cada segundo, era consciente de que sería la última vez que piloteaba un avión así. Cuando se sentó y se colocó la máscara, la luna de la cabina se cerró y Fernando sujetó la palanca. A pesar de que vestía un traje pesado y hacía calor, un escalofrío de emoción recorrió todo su cuerpo. No estaba nervioso, había volado esos aviones, siempre practicaba en los simuladores; sentía como si el avión y él fueran uno solo. Miró a sus costados: él estaba en el extremo izquierdo de la formación, Manuel en el derecho. Cinco aviones volarían en formación delta.

Al escuchar la orden, giró hacia la pista de despegue y aceleró. Sentía que su corazón latía cada vez más fuerte, como si estuviera al compás de la velocidad creciente. Los alrededores de la Base Aérea se vieron difusos. Movió la palanca, sintió una sacudida y el avión dejó la pista. Las avenidas, las calles, las casas se hicieron pequeñas. Lima se vio grande.

Los aviones siguieron elevándose, viraron hacia la derecha y retomaron el rumbo. Los cinco cazas atravesaban el cielo como aves volando hacia el sur, sincronizadas y elegantes.

—¡Elévense! —ordenó el oficial García, que se ubicaba en el avión central. Fernando hizo lo indicado, siguió elevándose y atravesó el espeso colchón de nubes que cubría la ciudad. Los rayos solares iluminaron la ventana de su casco.

Volaron sobre las nubes. Fernando contemplaba el cielo con la misma emoción de la primera vez. Por unos minutos, pensó que darse de baja era una mala idea, ese era uno de esos pocos momentos que recordaría para siempre. Sintió la ciudad bajo sus pies. Realmente era el último momento que experimentaría aquella sensación.

Disfrutó el viaje durante diez minutos, hasta que se escuchó una voz que provenía de la torre de control.

—¡Hemos detectado cinco objetos no identificados a sus doce en punto! ¡Repito!, ¡repito!, ¡hemos detectado cinco objetos no identificados a sus diez en punto!

Miró su radar, sorprendido. Era cierto.

—¡Hacia las diez en punto! —ordenó García.

Los cinco aviones viraron a la izquierda y los pilotos peruanos distinguieron, a lo lejos, cinco puntos brillantes. Fernando estaba confundido, ¿cómo podían haber ingresado aviones a cielo limeño y recién eran identificados? ¿Quién podría atacarlos si no estaban en guerra?

—¡Prepárense! —les dijo el oficial García— ¡Están en posición ofensiva!

Aquellos puntos brillantes se convirtieron en difusas siluetas escarlatas que se acercaban hacia ellos. Eran muy veloces.

En pocos segundos ya estaban demasiado cerca, los pudo ver como un reflejo: no eran aviones, sino extrañas naves triangulares; cuatro eran de color sangre, brillantes, y una completamente negra. No eran humanos, concluyó Fernando, mas no tuvo tiempo para seguir haciendo conjeturas, las naves los atacaron.

Sintió una lluvia de rayos cerca de su avión. Uno de ellos impactó en uno de los cazas peruanos y este explotó al instante. Una sensación congelante recorrió su interior.

Las naves pasaron sobre ellos y las vio más cerca: eran similares a unos cazas, tenían cañones debajo de las alas y propulsores circulares que emitían una luz azul. No podía ser cierto, eran extraterrestres, propios de una película de ciencia ficción. Los invasores giraron para abatirlos por la espalda. El oficial sabía que si continuaban avanzando serían derribados con facilidad.

—¡Giren a la izquierda, hacia ellos!

Fernando lo hizo sin pensar, al igual que los otros dos pilotos, pero Manuel tardó en reaccionar y se fue de frente.

La formación de los peruanos se desbarató. Tres aviones volaban en la misma dirección y el cuarto se había alejado de sus compañeros.

Las naves atacaron al avión desprotegido desde lejos. Unos brillantes rayos salieron de sus alas, Manuel viró hacia la derecha y se salvó por poco, alejándose aún más. En una maniobra imposible, las cuatro naves rojas se elevaron verticalmente para ponerse en posición ofensiva. La nave negra descendió y cruzó por debajo de los Mig-29. Iba en busca de Manuel, quien sabía que no tenía posibilidad contra ese enemigo, por lo que intentó huir y continuó alejándose en dirección noroeste.

Los invasores dispararon ráfagas y los otros Mig-29 perdieron la formación. García descendió y giró en una hábil maniobra. Quedó frente a uno de sus enemigos.

El oficial disparó un misil que impactó de lleno en la nave escarlata, esta explotó. Aquellos extraterrestres eran rápidos, mas no tenían ningún escudo especial. Fernando cogió confianza y viró para enfrentar a sus oponentes.

Cuando dio la vuelta, en segundos, observó a lo lejos cómo la nave negra alcanzaba a Manuel. En una maniobra equivocada, el inexperto cadete intentó realizar tijeras planas para que su enemigo quedara delante de él, sin embargo, la nave realizó el mismo movimiento y, al tener mejor índice de giro, continuó detrás del peruano y atacó. Una ráfaga de disparos impactó en el avión de Manuel y este explotó al instante.

En una milésima de segundo, Fernando imaginó el rostro de su amigo desvanecerse entre el fuego, con una mirada de dolor y sin la sonrisa que siempre mostraba. La escena lo paralizó; aquella persona con la que había convivido ya no estaba, fue asesinada por esos seres que los atacaban sin razón. El odio se apoderó de él; sintió la rabia recorrer sus venas, tenía que matarlos a todos, en especial al de la nave negra. El pecho le ardía como si su corazón estuviese en un horno y su mano sujetaba con fuerza la palanca.

Eran tres contra cuatro y tenía a un caza escarlata adelante. La nave disparó y Fernando viró hacia la derecha, alejándose de la mira de su enemigo, evitando que algún disparo le impactase. La nave pasó de largo y ambos volvieron a girar para quedar frente a frente.

Lo vio en la mira. Disparó un misil.

Observó cómo el proyectil pasaba cerca del extraterrestre, su intento se vio frustrado. Su enemigo ya no volvió a girar, se fue de largo para atacar a otro avión peruano; sin embargo, apareció García y este disparó contra el caza escarlata. La nave explotó y el oficial fue tras los otros.

Fernando viró para apoyar a su compañero, en dirección sureste; y apareció la nave negra que venía de regreso. Esta arremetió contra un Mig-29. Solo bastó un disparo para que el avión explotase. Ahora solo quedaban el oficial García y él contra tres extraterrestres.

La nave negra y la escarlata, que se encontraban en la dirección hacia la que Fernando volaba, giraron para hacerle frente, mientras el oficial García luchaba contra las restantes. La lucha se había dividido en dos batallas.

Uno de sus enemigos intentó atacarlo. Fernando giró hacia su izquierda y evitó los disparos.

La nave extraterrestre pasó de largo para volver a girar, mientras su otro compañero avanzaba hacia él. Al frente tenía una nave que se acercaba desde las dos en punto; la otra, que había hecho el primer ataque, lo perseguía desde las cinco.

Fernando se dirigió hacia el avión que se encontraba adelante e intentó atacarlo. El extraterrestre lo esquivó y pasó de largo, el que se encontraba atrás disparó con furia, el rayo pasó cerca del ala derecha. Estuvo cerca de morir. Durante el enfrentamiento, apenas tuvo tiempo de pensar en el peligro, volaba y se defendía por inercia. Entonces, agotado, se preguntó cuánto más duraría la batalla.

 Siguió avanzando, giró a la derecha; su perseguidor hizo lo mismo, pero el peruano sacó ventaja. La nave negra volvió a arremeter contra él. Los disparos enemigos no lo alcanzaron. En esa dinámica de lucha, Fernando descendía y volvía a subir, combinando arriesgadas maniobras para que los extraterrestres no alcanzasen un ángulo de mira adecuado.

Por su parte, el oficial García seguía luchando contra su oponente, mientras Fernando continuaba realizando indescifrables movimientos; sus enemigos, frustrados, arremetían con la ferocidad que solo el instinto de supervivencia conocía. Al parecer, el extraterrestre de la nave roja tenía mucho menos experiencia que el de la negra, pues en una pasada no logró hacer un giro cerrado, por lo que el peruano quedó detrás de él en una inmejorable posición.

Fernando disparó. Las balas chocaron contra los propulsores y la nave explotó.

Quiso soltar los controles y celebrar, pero no podía hacerlo. Ahora quedaban dos peruanos y dos extraterrestres, aunque a él le tocaba el enemigo más complicado.

La nave negra tomó posición ofensiva, en tanto Fernando continuó realizando extrañas maniobras para escapar de sus disparos. García logró derrotar a su enemigo en una hazaña épica. Por primera vez quedaron en posición de ventaja: eran dos Mig-29 contra un caza alienígena. Todo ocurrió en el momento justo, porque Fernando sentía que no podría soportar por mucho tiempo más, su cuerpo le pesaba como si estuviera hecho de piedra.

Los dos humanos atacaron a la nave negra. El oficial ordenó a Fernando realizar un viraje partido para quedar contra el extraterrestre desde las dos y las diez en punto. El adversario tomó una decisión rápida y eligió a su presa: fue directo contra el oficial García.

Los propulsores azules se iluminaron y la nave negra avanzó como un destello. Dos rayos rojos atravesaron el cielo. El Mig-29 de García explotó.

Fernando no lo esperaba, muchas emociones se mezclaron en él: primero había muerto su mejor amigo; ahora el oficial García, por quien guardaba desprecio y resentimiento, pero jamás le habría deseado la muerte.

—¡Villanueva! ¡No pierda a esa nave! —le dijeron desde la torre de control.

No tenía tiempo para lamentaciones. El cadete estaba detrás de su enemigo. La nave negra quedó desprotegida. La vio en la mira. Disparó.

El extraterrestre giró con pericia y lo esquivó con facilidad. Fernando no esperaba esa maniobra. Volvió a intentar, falló.

Los propulsores inferiores de la nave se iluminaron de nuevo, el vehículo se elevó sobre su eje y giró como si fuera un auto derrapando sobre asfalto. Quedaron frente a frente.

Fernando aceleró tan rápido como pudo mientras ladeaba su avión. Observó dos rayos pasar amenazantes debajo de su ala izquierda. Se pasó de largo y volvió a girar. Quedaron frente a frente otra vez y se dispararon, mas ninguno de los dos logró impactar a su enemigo. Volvieron a pasar lado a lado. Fernando realizó el mismo movimiento para atacar, pero la nave no había vuelto a girar, estaba descendiendo. No sabía lo que su enemigo pretendía. Lo persiguió.

Había quedado a mucha distancia. Los propulsores traseros de la nave otra vez se iluminaron y su enemigo se alejó dejando una estela azulada en el aire.

No lo perdió de vista, continuó detrás de la nave negra, que ahora bajaba hacia la ciudad. Fernando distinguió la zona: estuvieron luchado sobre Ate, al norte de la Base Aérea las Palmas, y ahora el extraterrestre estaba yendo hacia el oeste, sobre la vía expresa de Javier Prado. Su enemigo no debía de estar a más de trescientos metros del suelo cuando soltó una bomba sobre la autopista.

La explosión retumbó sobre el puente Aviación y se extendió como una cúpula de fuego. Fernando se quedó paralizado, ese extraterrestre no solo había matado a su amigo, sino también a cientos de personas inocentes. Su pecho volvió a arder, nunca había querido asesinar a alguien y ahora solo pensaba en cobrar venganza. ¿Por qué atacaba Lima? ¿Con qué fin atacaba a esas personas inocentes? ¿Qué buscaba aquel extraterrestre en la Tierra?

Tras el ataque acortaron distancias. El Mig-29 descendió como un cóndor herido y apareció en el cielo gris. Fernando estabilizó el avión, lo vio en la mira. Disparó.

La nave negra giró con facilidad y esquivó el ataque. El cadete disparó otra vez. Volvió a fallar.

El extraterrestre se elevó, Fernando hizo lo mismo y su contrincante bajó como si estuviera en una montaña rusa. El Mig-29 no tenía esa capacidad y volvió a quedar lejos de su enemigo. Fernando descendió para dar caza a la nave negra y lo vio sobre las avenidas. ¿Qué estaba planeando? ¿Volvería a atacar?

El extraterrestre soltó otra bomba, esta vez sobre Miraflores.

Nuevamente redujeron distancias. Ahora estaba muy cerca. Realizó un alabeo para retrasarse y quedó en buena posición. Su enemigo estaba inclinado desplazándose hacia su izquierda, mientras él iba de frente. Ambos ya estaban sobre el mar. Si quería matarlo, ese era el momento.

Disparó un misil.

Su corazón se detuvo al ver cómo el proyectil alcanzaba al extraterrestre. Imaginó que la nave iría a explotar, pero su alegría fue efímera.

El fuego se disipó, el caza negro había perdido altura y el rumbo, mas volvió a recuperarse. Esa nave estaba blindada.

El vehículo extraterrestre hizo un giro brusco hacia sus tres y Fernando, aún sorprendido por no haber logrado la victoria, se pasó de largo.

Giró de nuevo para recuperar posición. Esa nave parecía invencible. ¿Cómo iría a derrotarlo? La vio de frente. Se preparó para disparar; el extraterrestre no tenía la misma intención, descendió y voló hacia el agua.

El extraño vehículo llegó al mar en un ángulo de treinta grados y se sumergió.

El joven cadete desaceleró, él no podía hacer lo mismo, su avión explotaría. Sobrevoló el mar rodeando la zona donde se había hundido el extraterrestre. Miró hacia la costa. Al fondo, sobre el acantilado lleno de vegetación, distinguió una estela de humo que se esparcía sobre el cielo gris. Fernando cogió la palanca con fuerza. ¿Cómo podía vencer a ese extraterrestre? ¿Qué haría cuando este saliese del mar? No tenía un plan, solo estaba ahí dando vueltas para intentar algo imposible.

De pronto, la nave negra salió del mar, tan rápido que Fernando no reaccionó. El vehículo espacial atravesó las nubes y se perdió de vista.

—¡¿Dónde se encuentra?! —preguntó Fernando a la torre de control— Repito, ¿dónde se encuentra?

—Hemos perdido su ubicación. La nave ha salido de la Tierra. —Fernando sintió un vacío en el estómago. No tenía idea de cómo vencerlo, pero quería seguir intentándolo—. Villanueva, regrese a la Base de inmediato. —Escuchaba la orden, pero sus pensamientos estaban muy lejos. Seguía volando sobre el mar miraflorino como si el extraterrestre fuera a aparecer de nuevo—. Villanueva, repito, regrese a la Base. ¡Es una orden!

—Entendido —respondió Fernando y emprendió el regreso. No podía hacer nada más, solo retornar a la Base y prepararse para las preguntas que le esperaban.

Observó el mar verdoso que se extendía debajo de él; pasó sobre la costa verde y se elevó. Abajo, apenas pudo distinguir cómo los autos se habían detenido y el tráfico estaba paralizado. Seguramente la gente había estado observando la batalla. No podía creerlo, había luchado contra un extraterrestre, todos lo habían visto, todos lo sabían ¿Qué pasaría con él ahora? ¿Se podría dar de baja? ¿Lo dejarían ir tan fácilmente?

Voló sobre Miraflores y observó el lugar donde había caído la bomba. ¿Por qué razón había atacado la ciudad? Siguió avanzando sobre las desordenadas avenidas y calles de la capital; llegó a Surco, pronto distinguió la Base Aérea las Palmas. La cabeza le daba vueltas; pensaba en varias cosas a la vez, desde la reciente pérdida de su mejor amigo, hasta la lucha contra los extraterrestres.

Vio la pista de aterrizaje, su presente de nuevo, la FAP, regresaba a la realidad. Descendió.

Las ruedas del avión tocaron el suelo y siguió por la pista hasta detenerse. Los militares se acercaron. Se sacó la máscara con furia y salió por el espacio libre que le dejaba la ventanilla del avión. Su corazón aún estaba acelerado. Respiró hondo, por lo menos estaba vivo y en tierra firme. Vio mucha gente, gritos, oficiales, caos.

Le acercaron una escalera roja. Fernando dejó el asiento y empezó a bajar mientras otros cadetes lo esperaban abajo. Algunos le preguntaban qué había pasado. Él seguía confundido, no entendía lo que estaba viviendo. Pasó entre todos sin responder y retiró molesto las manos que intentaron detenerlo.

—¡Villanueva! —se escuchó a lo lejos. Era la voz del general Fernández, la máxima autoridad en la Base. Estaba junto a otros oficiales. No le quedaba otra alternativa que acatar las órdenes, a pesar de que lo único que deseaba era descansar y pensar.

Se acercaron a Fernando y se lo llevaron, ordenándoles a todos que se alejaran y no hiciesen preguntas.

—No digas nada de lo que acaba de suceder —le dijo el general mientras caminaban, con una voz agitada—. No debes tener contacto con nadie. Las autoridades de todo el mundo están viniendo para conversar contigo. Lo sucedido es estrictamente confidencial y vas a hacer todo lo que te digamos.

A Fernando no le sorprendieron esas órdenes, solo asintió. En tanto caminaba, no podía evitar mirar al cielo, esperando que apareciese aquella extraña nave. Quería seguir luchando, matarlo, tener otra oportunidad. No sabía quién era aquel invasor, deseaba ver su rostro, o lo que tuviera ese extraterrestre. Su cuerpo temblaba al pensar que anhelaba asesinar a alguien que ni siquiera conocía.

Lo metieron en un cuarto para interrogarlo, lo dejaron ahí, cerraron la puerta con seguro y salieron. La FAP no lo dejaría tranquilo hasta que les diera todos los detalles de lo sucedido; luego, lo más probable era que lo reclutaran para que no dijese nada a la prensa. ¿Ahora qué haría? Durante mucho tiempo estuvo planeando abandonar la institución y le pasaba eso, no sabía si sentirse afortunado por haber sobrevivido o desdichado por todo lo que vendría. Recordó los aviones explotando, los disparos de los extraterrestres sobre la ciudad, imaginó los cadáveres de las personas sobre las veredas, todo este dolor contenido en la figura de su amigo muerto… sintió un estremecimiento nauseabundo.

Escuchó unos pasos acercarse, iban a interrogarlo. De pronto, tuvo una extraña sensación, su cuerpo empezó a hormiguear. Se miró los guantes. Se estaba desvaneciendo.

—¡Ayuda! —gritó Fernando, podía ver a través de su cuerpo, como si fuera un fantasma.

Sonó el candado. La puerta se abrió. Lo miraron con espanto.

—¡Ayuda! —volvió a gritar, mucho más fuerte.

Su visión se nubló. Aquellos extraterrestres… ¿Qué le estaban haciendo?

La habitación empezó a desaparecer… todo se puso blanco… sintió que su cuerpo caía… hasta que chocó contra un asiento, sintió un espaldar.

—¿Fernando Villanueva? —dijo alguien de voz grave. Fernando abrió los ojos.

Lo primero que vio fue el oscuro espacio a través de una ventana. La imagen lo impactó, ya no estaba en la Tierra. La sorpresa hizo que se tirara para atrás.

Observó a su izquierda y se horrorizó. Soltó un grito ahogado, de espanto. Intentó zafarse del asiento, pero un cinturón le impedía escapar. A su lado estaba sentado un extraterrestre de piel muy seca y agrietada, color mostaza. Lo miraba con detenimiento. ¿Sería el invasor? Intentó pararse, volvió a gritar, estaba sujeto, no podía moverse. ¡Lo iban a matar!

—No te asustes. No voy a atacarte.

Fernando no podía hacer nada, estaba en una nave junto a un extraterrestre. Era humanoide, de caja torácica prominente, superaba a Fernando en altura por una cabeza. El resto de sus rasgos distaba mucho a los de un hombre común: tenía cabello rojo y pajoso; sus ojos eran grandes y nada parecidos a los de una persona, pues solo se les veía el iris de color verde limón y una pupila negra; su boca no tenía labios y, si tenía orejas, no alcanzaba a verlas por el abundante y desordenado cabello. No estaba sorprendido por la reacción del humano.

—¡Aléjate! ¡Déjame salir! —Al fin pudo decir algo, las palabras salieron de su boca casi sin pensarlo.

—Tranquilo, terrícola, no te haré daño.

Fernando no dijo nada más. Seguía paralizado ante ese ser, el más extraño que jamás había visto. El extraterrestre tampoco insistió.

Miró a su alrededor: estaba en una pequeña nave espacial, del tamaño de un auto. El tablero de mando presentaba muchos botones extraños, de diferentes y brillantes colores, unas luces celestes proyectaban un holograma en el centro del tablero, era la Tierra, al lado del planeta había diferentes símbolos desconocidos. La ventana frontal, desde la cual se veía al planeta, tenía muchas indicaciones extrañas.

El desconocido apretó un botón y apareció otro holograma. En este tocó unos símbolos y luego se materializó un planeta verdoso en miniatura.

Fernando no entendía nada. Estaba muy agitado, sintió que se iba a desmayar. El extraterrestre le acercó un recipiente circular con un líquido transparente.

—Bebe —le dijo—. Necesitas calmarte.

¿Era agua? ¿Cómo aquel ser tenía agua? Fernando observó el recipiente frente a él, no podía pasarle nada peor. Lo cogió y bebió. Era agua. Por un momento, se sintió reconfortado, se sintió vivo. Siguió bebiendo.

—Parece que te has calmado.

—¿Quién eres? —le preguntó Fernando.

—Mi nombre es Crate, miembro de la Federación Organizada del Universo Descubierto, FOUD, una alianza de planetas que se distribuyen en treinta y dos galaxias. En un momento te explicaré.

Una alianza de planetas… Debía de estar bromeando… ¿Por qué lo había raptado? La expresión del extraterrestre era seria y calmada; lo miraba con atención, como si intentara descubrir qué pasaba por su mente. No parecía ser querer matarlo, ¿qué le haría? El ser apretó un botón del tablero mientras Fernando observaba cómo estiraba sus largos dedos mostazas sin uñas… Luego, movió una palanca y la nave avanzó hacia adelante.

—¿Quién eres exactamente? —le preguntó.

—Soy miembro del Consejo Estratégico de la FOUD. —El ser señaló el centro de su pecho, donde había un escudo blanco de bordes rojos, con unas decoraciones azules en el centro. El distintivo estaba adherido a un traje espacial azul que parecía ser de metal.

Fernando seguía sin entender nada mientras el extraterrestre hablaba como si él tuviera algún conocimiento sobre qué era la FOUD o el Consejo.

—La capital es el planeta Épsilon 27, en la galaxia 27, la más cercana de aquí. Me parece que ustedes la llaman Andrómeda. Ahora estamos en la galaxia 28, lo que conoces como Vía Láctea.

Fernando quería hacer varias preguntas, mas no sabía por dónde empezar.

—¿Por qué me has secuestrado?

—Has sido seleccionado.

—¿Seleccionado?

—La FOUD ha estudiado a la Tierra desde hace mucho. Sabíamos que en algún momento tendría que ser parte oficial de nuestra organización, enterarse de lo que sucede en el universo. La presencia de invasores enemigos hizo que la Federación decidiera incorporar a la Tierra antes de lo planeado. Desde ahora, el destino de tu planeta cambiará.

Fernando estaba confundido, hacía una hora estuvo luchando contra un extraterrestre; ahora, otro le decía que la Tierra iba a ser parte de una alianza de planetas y que él había sido seleccionado.

—No entiendo a qué te refieres con seleccionado. ¿Seleccionado para qué?

—Para que representen a la Tierra cuando se incorpore a la Federación.

—¿Representen? ¿Cuántos somos?

—Doce.

—Y vamos a representar a la Tierra…

—…ante la Federación.

El extraterrestre hablaba como si todo tuviera sentido, pero Fernando no entendía por qué él había seleccionado entre billones de personas. Abrumado ante tantos acontecimientos, giró la cabeza en señal de desaprobación.

—¿Qué pasa? —le preguntó Crate.

—No entiendo, ¿por qué yo?

—Te hemos estudiado.

—¿Y cómo ha sido ese proceso de selección? ¿Qué criterios han usado?

—No puedo responder esas preguntas.

—¿Por qué no?

—Porque ustedes tienen que descubrirlo.

—¿Y qué pasa si no quiero ser representante de la Tierra?

—No pasa nada, se elige a otro.

—Entonces podría decirte que me regreses a mí país — dijo Fernando, dudando. En realidad, deseaba saber más, pero quería ver la reacción del extraterrestre.

—Primero debes escuchar al presidente, después serás libre de elegir.

—¿Al presidente?

—Hostrick, el presidente de la Federación.

—¿Hostrick? —Qué nombre tan extraño, pensó.

—Tú te llamas Fernando, es más extraño aún —le dijo Crate. Fernando se sobresaltó.

—¿Puedes leer mis pensamientos?

Por supuesto —Fernando escuchó la voz de Crate en su cabeza sin que el extraterrestre de piel mostaza hubiese movido la boca—. También puedo hablar psíquicamente.

Fernando se sintió indefenso, no le gustaba que supieran lo que estaba pensando.

—¿Qué pasará después de que sea seleccionado y la Tierra se incorpore a la Federación de la que hablas?

—El presidente te lo explicará.

—¿Hay algo que me puedas decir?

—Solo lo que estoy autorizado.

Fernando se impacientó, parecía que su interlocutor no le explicaría mucho sobre el proceso. Miró al frente. Ahí, en medio del espacio, estaba su planeta. Podía ver con claridad las nubes que se arremolinaban sobre el mar y los continentes. Tomó aire, su pecho seguía latiendo con rapidez. Miró a sus costados, las estrellas brillaban desde muy lejos y decoraban la oscuridad. Por un instante se trasladó al sueño que había tenido hacía poco. ¿Dónde estaba la luna? No la veía desde donde estaban. Tomó otro sorbo de agua. Miró al extraterrestre.

—¿Y tú de qué planeta eres? —le preguntó.

—De Raclap, también ubicado en esta galaxia.

Fernando volvió a mirar a la Tierra. Eran ciertas las teorías. Los extraterrestres los estuvieron observando.

—¿Desde hace cuánto nos estudian?

—Desde hace treinta mil años terrícolas. Siempre observamos planetas con bajo desarrollo tecnológico y social como el de ustedes. Nuestro objetivo no es atacarlos, conquistarlos ni consumir sus recursos, como muchos se han imaginado en sus libros y películas; eso no tiene sentido para nosotros.

 Fernando pensó en todas aquellas veces en las que había escuchado hablar de ovnis y extraterrestres. Ahora estaba siendo secuestrado por uno de ellos, el cual le decía que no quería atacarlo cuando hacía poco habían bombardeado su ciudad. Nada tenía sentido.

—¿A dónde me llevas?

—Te lo dije: al planeta Épsilon 27, el lugar más importante dentro de esta organización universal. Ahí, el presidente te explicará qué pasará con la Tierra.

—¿Cómo es que hablas mi idioma? —le preguntó Fernando, cambiando de tema, tenía tantas preguntas en la cabeza que no sabía cuáles hacer primero.

—Para los extraterrestres como yo, o la mayoría de los que trabajamos en la FOUD, no nos es difícil conocer varios idiomas; incluso puedo descifrar un idioma entero con solo escucharlo. En la Federación existe un idioma llamado lisier, este se usa en la capital; varios seres en el universo lo conocen y lo utilizan para comunicarse, además de sus idiomas natales. Todos los símbolos que veas de esta organización han sido escritos en ese idioma. También existen muchos dispositivos de traducción.

Fernando se quedó en silencio por varios segundos, no había asimilado nada de lo que le dijeron mientras que Crate hablaba sin parar. No sabía qué decir. Optó por una pregunta que creyó relevante.

—¿No necesitamos casco para viajar?

—No, esta nave tiene oxígeno.

(Divagación)

—Es imposible que podamos viajar de galaxia en galaxia. Necesitaríamos una velocidad utópica, imposible.

—Imposible para un terrícola.

—¿Cómo que imposible para un terrícola?

—Los terrícolas comunes aún no entienden cómo funciona esto.

—Obvio que no. ¿Cómo vamos a viajar de una galaxia a otra en cuestión de horas? Para eso tendríamos que viajar más rápido que la velocidad de la luz. Eso es imposible.

—Hay mucho que tus científicos no saben aún; algunos extraterrestres pueden viajar a la velocidad del pensamiento.

—No te creo.

—Lo que hacen las naves espaciales no es viajar a una velocidad determinada como te imaginas; si fuera así, los viajes serían muy lentos… —Fernando imaginaba los cohetes de la Tierra, que tardaban una eternidad—. Nosotros hemos logrado teletransportar objetos a distancias cortas; lo que hacen las naves espaciales es casi lo mismo, una continua teletransportación. Dominamos el espacio-tiempo, los viajes son muy rápidos, superan por mucho a la velocidad de la luz.

—Como esta nave…

—Exacto.

—Algo entiendo… —dijo Fernando, aunque en realidad entendía muy poco.

Mientras Fernando continuaba preguntándole a Crate sobre la Federación, el planeta al que se dirigían y las galaxias, la nave empezó a acelerar; luego, Crate posó su dedo sobre uno de los símbolos que rodeaban el holograma del planeta Épsilon 27. Una voz extraterrestre salió de los parlantes de la nave. No entendió lo que esta dijo. De pronto, el vehículo se cubrió de una luz incandescente y desapareció.

Autor: Carlos Echevarría
Género: Novela
Subgénero: Ciencia ficción
Tamaño: 14.8 x 21
Páginas: 330
Papel: Avena 80 gr.
ISBN: 978-612-4449-31-4
Sello: Torre de Papel

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