Los viejos salvajes

Una voz metálica retumba en toda la cabina: «Puerta Interestelar Alfa 4 Erín 9. Prepárese para ingresar. Desactive sus armas».
Rick deja de lado los comandos de la nave, se apoltrona en su confortable asiento de capitán y estira los brazos. No ha dejado de navegar por días. Se levanta con pereza, mientras su nave ingresa por la puerta. Estira los pies por toda la cabina de mando de su destructor X3, equipado con seis cañones clase 7, capaces de destruir casi cualquier nave de combate. El piloto se regodea mirando embelesado los equipos, el tapizado, la enorme energía del escudo —didácticamente explicada en una serie de cuadraditos verdes—. Sí, es uno de los mejores cazas pesados de todo el universo conocido, y es solo para él. Se lo vendieron bastante caro, pero con el medio millón de créditos que ganará cuando llegue a Nueva Guinea, todos los problemas crediticios terminarán. Podrá pagarle a los strikers y a los undos: le pusieron precio a su cabeza luego de la batalla de Arkidia. Menos mal que todo se arregla con créditos. Ellos tienen un código de ética criminal que nunca comprenderán las federaciones. Si te metes con las federaciones, te metes con la ley; y de la ley es imposible escapar.
Un zarandeo le indica que ya está dentro de la manga de la puerta interestelar. Serán por lo menos tres horas hasta llegar a la galaxia Erín 9, luego retomará el mando por cincuenta horas hasta alcanzar la puerta Erín 9-Greedo 1, donde el viaje por la manga tomará dos horas más, según el mapa. Después estará zambullido en la oscuridad de Greedo 1 por otras ciento veinte horas más, en dirección al agujero que se conecta con Nueva Guinea.
Como tantas otras veces, se distrae con la lluvia cósmica que lo rodea mientras viaja impulsado por la puerta interestelar. Las primeras veces fue un espectáculo hermoso. Aún lo recuerda, tenía diecisiete años cuando por primera vez salió de su planeta. La guerra entre las federaciones había explotado y a falta de más tropas empezaron a reclutar jóvenes y niños. Una desgracia para casi todos. Pero para gente como Rick fue una oportunidad de aprender lo necesario para hacerse notar por sus habilidades, ganar medallas, ser famoso durante un corto tiempo y permitirle una lucrativa carrera de mercenario. Ya cuenta en su haber con trescientos cuarenta pilotos entre muertos y capturados. Con ese ranking es increíble seguir vivo.
Después de cuarenta y ocho horas y aburrido de mirar siempre lo mismo, abre la puerta que lleva hacia el pasillo de la nave. Busca un cigarrillo en su bolsillo y lo prende con un encendedor plateado. Tose después de la primera calada. Camina con cansancio, casi parece arrastrarse por el pasillo iluminado que tiene tres puertas y una bifurcación al final que le da la forma de una gran «T», cuyos brazos conducen hacia el almacén y la salida. Camina sin darle importancia al cuarto de armas. Tampoco a su habitación, donde se encuentra el baño. Pasa por la cocina como si no existiera y se dirige hacia el almacén. Baja despacio, como si tuviese todo el tiempo del mundo, como si la rampa del almacén invitara a una liturgia cuasi religiosa. Mira con placer los cinco rostros iluminados. Dice «luces» y las luces se encienden. Hay cinco cápsulas de escape, todas cerradas herméticamente, ubicadas una al lado de la otra, ocupando un tercio de los espacios de carga, mostrando rostros dormidos tras sus pequeñas ventanas redondas. Rick golpea con la palma de la mano una de las cápsulas. Da otro golpe y otro.
—Despierten. —Sigue golpeando—. Despierten, muchachos.
Se escuchan murmullos, los hombres empiezan a abrir los ojos.
—¿Qué pasa? —pregunta uno de ellos.
—Estamos entrando a Erín 9. Ya pronto tendremos que despedirnos y debo aceptar que no la he pasado mal con ustedes —dice con una sonrisa.
—¿Por qué nos despiertas, Rick?
—Estoy aburrido y cansado, pero no quiero dormir. Me dan ganas de sacarlos un rato, chicos. Nos jugaríamos una partida de póquer y de seguro les quito lo poco que les queda. —El piloto estalla en una carcajada.
—Suéltame y te mato —vocifera uno.
—Sí, yo también, perro del sistema.
—Nada personal, definitivamente —agrega otro.
—Todos te mataríamos, no es buena idea soltarnos.
—Claro, yo en el lugar de ustedes haría lo mismo —dice Rick—. Pero bueno… ¿qué podemos hacer?
—Yo quiero dormir.
—Sí, yo también, pendejo.
—¡Bah! Son todos unos aguafiestas. Bueno, los despierto cuando estemos entrando a Greedo 1.
—Rick, espera —dice uno que hasta ese momento no había hablado.
—¿Qué pasa, Juan?
—Déjame escapar. Vamos, por los viejos tiempos.
—En lo que hacemos, los viejos tiempos están oxidados.
—Vamos, Rick. Me van a matar en Nueva Guinea.
—Tú mismo lo dijiste alguna vez: es mejor estar con la ley. Te desviaste y ese ya no es mi problema.
—Pero te ofrecí entrar conmigo. Las federaciones no nos respetan. Con los strikers un buen piloto es valorado.
—Yo solo quiero que un grupo de locos no me persiga toda la vida. A la mierda la valoración.
—Vamos, Rick, sácame. Sabes que tengo hijos pequeños.
—No me importa, Juan. Vales cien mil créditos, más que cualquier amistad.
—Está bien, Rick. Te veo en Greedo 1.
El piloto se dirige hacia su habitación. Pese a que no lo demuestra frente a sus prisioneros, está dolido. Juan es un buen hombre, un viejo amigo en quien confía, pero ¿qué se puede hacer? No por haber peleado juntos en algún momento de sus vidas dejan de estar en lados opuestos ahora. Rick representa a las federaciones, imponentes cuerpos políticos dispersados por todas las galaxias conocidas. Ejes del poder democrático que se extienden entre los planetas y estaciones espaciales registradas, con policía y ejército. Estados espaciales que buscan establecer un orden cósmico entre quienes hace miles de años abandonaron la Tierra. Juan representa al otro bando, a los que no quieren saber nada con el orden, los que están conformes con una anarquía tribal y viven en estaciones espaciales alejadas de la civilización. Comercian entre los que, igual que ellos, están fuera de la ley; asaltan cargueros y patrullas para robar sus equipos. Son los que combaten a las federaciones, los que no quieren ser parte de esa estructura y no tienen otra manera de sobrevivir que saqueando.
Rick no puede dormir tranquilo, no deja de pensar. Recuerda cómo Juan, en aquella primera batalla para ambos, le sacó a un par de pilotos del Imperio indostánico de encima. Luego de eso entablaron una duradera amistad. Pasaron un sinfín de penurias a lo largo de toda esa guerra, cada uno se consagró con medallas y menciones honoríficas a lo largo de toda la galaxia latina.
La computadora de la nave lo levanta de su cama. «Bienvenidos al Sistema Solar Erín 9». Se trata de una galaxia poco transitada por sus moderados niveles de radiación que terminan perjudicando el funcionamiento de las naves luego de una exposición prolongada.
Opta por continuar con el piloto automático hasta la puerta que lo llevará a Greedo 1. Debe revisar los comandos de los equipos, el radar, el funcionamiento de las armas; todo lo rutinario. La posibilidad de un ataque en esta galaxia es mínima, solo transporta prisioneros.
Pasarán horas en que no tendrá nada más que hacer. Solo esperar y molestar a sus prisioneros de vez en cuando. Pero no tiene el estómago, no si su colega vuelve a pedirle que lo suelte; así que prefiere quedarse en la cabina de mando, viendo cómo los planetas y sus satélites van y vienen, observando las graciosas formas que adquiere la chatarra espacial cuando es sometida a fuertes dosis de radiación cósmica.
El universo es hermoso, siempre lo ha creído, pero ha visto tanto que nada lo impresiona. De joven nunca pensó que eso llegaría a suceder, porque cada nueva galaxia era un espectáculo inolvidable. Ahora, ver galaxia tras galaxia ya no significa nada. Ha explorado confines del universo más profundos que sus propias tinieblas. Se ha topado con toda clase de alienígenas agresivos que debió someter a láser. No hay nada nuevo para él en el universo. Ya está viejo y ha visto suficiente como para tener una idea de qué hay más allá.
Al cabo de un par de horas observando el paisaje, decide volver a acostarse, será un largo trayecto y es mejor descansar para la llegada a Greedo 1. Vuelve a revisar la información en la computadora:

Greedo 1

>Sistema Solar Mono-estelar
>Descubierto por: Iván Korintotaipe (COD: 7356x-1235)
>Estrella: Enana Blanca Korintotaipe
>Zona explorada: 3 %
>Índice de radiación: R1 – Muy peligroso – Mal funcionamiento de los equipos de navegación.
>Historia: Korintotaipe estaba de tránsito en el sistema solar Erín 9 cuando fue emboscado por strikers. Se vio obligado a escapar durante días y entró de casualidad en una zona de alta radioactividad, desconocida hasta esa fecha. Descubrió una enana blanca. La registró en los archivos con el nombre de Enana Blanca Korintotaipe. Durante casi un mes navegó perdido hasta encontrar un agujero de gusano que lo llevó a Nueva Guinea…

La historia es muy conocida. Se dice que Korintotaipe encontró la salida cuando recuperó el funcionamiento de sus equipos al entrar en una zona de menor radiación. Dedujo que un agujero de gusano debía de estar absorbiéndola. Dado que no existía un mapa para dicha zona, se dedicó a buscarlo guiándose por los niveles de radiación. Logró encontrarlo y voilà, Nueva Guinea lo recibió con comida y tratamiento médico.
Últimamente se ha vuelto una ruta conocida. Aunque peligrosa, es mucho más rápida que la ruta «formal», donde sigues los aros de velocidad. Es un atajo que ya algunos están dispuestos a tomar. La Policía todavía no patrulla esa zona; aunque los robos no son tan constantes, existen como en cualquier parte del universo.
Antes de acostarse, Rick programa su alarma para que lo despierte en doce horas. Intentará dormir todo lo posible para así acortar el tiempo. Esta vez cae en un profundo sueño. El paisaje de hace instantes lo ha relajado. Puede sentir cómo es transportado cómodamente hacia alguno de esos planetas completamente verdes, donde la hierba cósmica crece en abundancia, uno solo debe sentarse a esperar que el suelo la germine, fumarla con amor, cocinar con ella.
Los hombres entendieron luego de salir de la Tierra que la hierba cósmica crecía en cualquier parte del universo, y por lo mismo le adjudicaron propiedades místicas, que algunos exigen en el mercado de las religiones, como la de los terricolistas. Toda la sociedad moderna respeta la hierba cósmica por ser la única planta de la Tierra capaz de adaptarse con perfección a todos los rincones del universo. Es una muestra de que los humanos estuvieron ahí. Y es más: se ha encontrado derivados nativos de hierba cósmica en muchos satélites explorados. Cabe la posibilidad de que la cantidad de variedades de hierba a lo largo del universo sea infinita.
Hace mucho que no fuma un buen cigarro, sin hojas ni tallos. Se sueña sentado en el pórtico de una casa de madera, con su caza pesado estacionado al lado, haciéndole algo de sombra a la casa, sombra necesaria por el incandescente sol amarillo parecido al de la Tierra que le da color de vida a los pastos verdes. Solo se imagina descansando, sin pensar que en algún momento llegará alguien por la espalda a pegarle un tiro. Tal vez hasta pudiera tener familia. No está tan viejo, pero lo que le pesa son todos los muertos que lleva consigo, no por remordimiento, sino por el hecho de saber que ha matado tanta gente y aún sigue vivo; es el hecho de ir contra lo naturalmente establecido. Eso lo avejenta, lo pone paranoico, lo hace sentir que en cualquier momento la voz de la computadora lo despertará indicándole:
«Alerta. Naves desconocidas aproximándose. Alerta. Naves desconocidas aproximándose»
Rick despierta estremecido del sueño. Rápidamente entiende qué pasa y se dirige a la cabina de mando. La computadora sigue repitiendo una y otra vez la advertencia hasta que Rick le ordena que se calle.
Toma asiento y se pone a los controles.
—Escanear las naves —ordena Rick.
—Copiado —responde la computadora.
En la pequeña pantalla aparecen tres naves Furia, con el poder de fuego suficiente para hacerle daño. No tienen registro. Lo han borrado adrede. Son delincuentes. Tendrá que pelear pues tiene prisioneros de tres de las tribus más grandes, y es casi seguro que las naves pertenecen a alguna. Rick se espabila y se prepara. Cambia su rumbo hacia las naves para hacerles frente. Apaga sus hiperpropulsores. Activa la radio y pide comunicación con la nave que guía a las otras dos naves.
—Este es Mercenario B 1445. No consigo identificar su número de serie. Cambio.
—Rick Gonzales. No esperábamos encontrarte por acá. Ríndete y serás juzgado por el tribunal de los strikers. Si no te resistes a tu captura podríamos ayudarte a formar parte de nuestra organización. Cambio.
—No, striker. Así no funciona.
—Acabamos de detectar que tienes prisioneros que nos interesan. Suéltalos y hoy no pasa nada.
—Así tampoco funciona.
—¿Y cómo funciona?
Los cañones del destructor X3 disparan una ráfaga de rayos azules que destruyen la nave al instante. Van 341 naves eliminadas. Las otras dos empiezan maniobras evasivas. Rick persigue a una pero la otra se aproxima por atrás, así que frena y gira 180 grados para toparse cara a cara con el striker y arremeter con sus seis cañones de clase 7, que destruyen al pequeño Furia en un abrir y cerrar de ojos. 342 naves.
Cuando se vuelve, el último de los striker se encuentra demasiado lejos. Perseguirlo sería una opción, pero podría tomar horas que no le conviene desperdiciar. Además, tal vez caiga en alguna emboscada. Ha tenido suerte de toparse con principiantes.
Activa nuevamente el piloto automático y se da tiempo para prenderse un cigarro. Vuelve a su habitación. Su forma de salir del problema fue en definitiva la más adecuada, y suma dos naves más a su increíble récord. Increíble que aún no esté muerto.
Duerme unas cuantas horas. Luego decide bajar y ver cómo se encuentran sus prisioneros; debe asegurarse de que todo esté en orden. Repite ese proceso algunas veces, siempre los encuentra profundamente dormidos. Prefiere no despertarlos porque en el fondo no quiere dialogar con ellos, menos con Juan, quien seguramente seguirá utilizando el único recurso que le queda para sobrevivir: apelar a su compasión. Y Rick siempre ha sido un hombre compasivo, siempre ha sentido lástima y ha estado presto a ayudar a sus amigos. Pero este caso es distinto y ambos lo saben.
Rick vuelve a bajar. Todos sus prisioneros están despiertos esta vez.
—Ya faltan solo unas horas para entrar en Greedo 1. Espero que no los asuste un poco de radiación —dice Rick.
—No, qué va —dice Diógenes, un experimentado piloto de los Undos—, ¿no recuerdas que me capturaste en Zeus 32? Es peor que Greedo 1.
—Lo que pasa es que el perro tiene miedo de que lo agarre alguna de las bandas. ¿A la radiación no le temes, verdad, perro? —terció Jack, miembro de los vikingos, que habla detrás de su pequeña ventana, mostrando una sonrisa de psicópata digna de quien secuestró todo un transporte de pasajeros para luego comérselos vivos.
—Calla, asqueroso. Tú eres quien les teme, si te agarran te destripan —vocifera Juan, saliendo en defensa de su viejo amigo.
—Jajaja. Chupamedias.
—Hijo de puta.
—Maricón.
—Caníbal de mierda.
—Perdedor.
Rick camina tranquilo hacia la rampa mientras los prisioneros siguen insultándose, ya no tiene nada más que hacer ahí por ahora. Le aburre la idea de quedarse discutiendo con un desquiciado. Cuando está subiendo, las alarmas se activan otra vez:
«Alerta. Flota de naves desconocidas acercándose. Alerta. Flota de naves desconocidas acercándose».
Rick se abalanza hasta los controles. Puede ver en su radar infinidad de puntos rojos. Escanea algunos y deduce que son otros strikers. El que escapó debió comunicarse con la flota más cercana y ahora le han cerrado el paso. No debió dejarlo escapar, debió perseguirlo y destruirlo para evitar que desplegara su antena y mandase un mensaje intergaláctico. Pero ahora ya es muy tarde para lamentarlo, ahora tendrá que escapar.
Apaga sus hiperpropulsores y da media vuelta. Las naves se acercan a él a toda potencia. Enciende el motor enrumbando la retirada, esperando para dar una curva, evitar a las naves un par de horas y dirigirse hacia la Puerta Erín 9-Greedo 1. Si logra entrar en su manga será imposible que lo atrapen. En el peor de los casos, podrían dedicarse a destruir la puerta, pero para eso necesitarían todo un ejército de naves e incluso battlecruisers. Además, lo único que lograrían sería dejarlo flotando en algún punto del universo camino a Greedo 1.
El motor empieza a acelerar sus revoluciones y para entonces las naves enemigas están tan cerca que empiezan a disparar, pero logra evadirlos gracias a sus reflejos y la potencia de sus hiperpropulsores. Tardarán unos segundos en activar los suyos para perseguirlo. En ese momento ya estará lejos de su rango de ataque.
Al cabo de media hora de vuelo, da media vuelta y enrumba nuevamente hacia la puerta. Pero esta vez no activa el piloto automático, él mismo se dedica a dirigir la nave dando una gran curva para evitar a los strikers.
Cuando está bastante cerca de la puerta, nota que una patrulla de strikers se encuentra vigilándola. Ellos también deben haberlo visto en el radar, así que no le queda más que pelear contra esas siete naves, según el escáner, equipadas con cañones de nivel 7. Será peligroso, pero ha estado en situaciones peores. Apaga sus hiperpropulsores y avanza a velocidad de combate. Es Rick quien empieza a disparar rompiendo su formación. No destruye a ninguna nave, pero ha dañado a dos. El grupo esparcido empieza a arremeter contra el destructor, que gracias a la pericia de su piloto puede evitar gran parte de los láseres. De todas maneras, el escudo se va deteriorando y Rick se concentra en una sola nave, pues sabe muy bien que no puede contra todas a la vez. Su radar le indica que tiene naves atrás. Desacelera y las naves enemigas lo rebasan. Son tres y a dos de ellas les da con una ráfaga prolongada. Ambas empiezan a girar en llamas y luego explotan. 344 naves. Otras dos naves aparecen disparando desde arriba, menguando aún más la potencia de su escudo, casi lo suficiente como para dañar el casco. Rick gira para tenerlos frente a frente y dispara ráfagas, logra eliminar a uno y luego a otro. 345, 346. Ahora solo quedan tres y el piloto vuelve a enfocarse en la que tuvo en la mira desde un principio, que ahora se le acerca disparando sus cuatro cañones clase 7. Rick maniobra evitando el ataque, a la vez que apunta y pulsa el gatillo. El striker esquiva la ráfaga de fuego, pero pronto es alcanzado. 347. Las otras dos naves, que son las dañadas en un principio, han empezado la retirada. Rick sabe que no tiene sentido seguirlas; sería inútil y peligroso, podría terminar topándose con la flota que anda buscándolo.
El piloto siente que ha sido suficiente por un día y se coloca en frente de la puerta interestelar Erín 9-Greedo 1. Activa los comandos del piloto automático y anuncia a la computadora de la puerta que está a punto de pasar por ella.
«Confirmado, Mercenario B 1445. Proceda. Puerta de Erín 9 a Greedo 1. Prepárese para entrar. Desactive sus armas».
Rick se dirige cansado a su habitación. Se recuesta en su cama y espera que las dos horas de viaje pasen volando.
«Entrando al Sistema Solar Greedo 1», dice la computadora de la nave. El piloto despierta cansado. Casi no cree haber vivido lo que vivió. Ha tenido buena suerte durante toda su vida y ahora no tiene por qué cambiar. Solo faltan ciento veinte horas antes de llegar al agujero que lo llevará hacia Nueva Guinea, donde entregará a sus prisioneros y conseguirá los créditos que necesita. Se dirige hacia la cabina de mando para revisar que no haya complicaciones a la salida de la Puerta Intergaláctica. Puede verla: es una gigantesca capa de luz blanca, está por pasar a través de ella y entrar a Greedo 1. Cuando la atraviesa es como un choque, como si se golpeara contra algo y luego saliera despedido nuevamente. Un sacudón que no lo bota pero que, como siempre, lo hace tambalear. Apenas sale de la puerta, la computadora se vuelve loca.
«Peligro. Misil acercándose. Peligro. Misil acercándose». Rick mira por los parabrisas de su nave. En efecto, un misil se acerca, y otras veinte naves empiezan a soltar proyectiles que se aproximan a gran velocidad hacia el destructor X3.

Autor: Carlos de la Torre Paredes
Género: Novela
Subgénero: Ciencia ficción
Tamaño: 14.8 x 21
Páginas: 224
Papel: Avena 80 gr.
ISBN: 978-612-4449-30-7
Sello: Torre de Papel

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